lunes

HÁBITOS DE CONSUMO DE USUARIOS DEL CENTRO COMERCIAL PORTAL DEL QUINDÍO, EN ARMENIA

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Los grandes centros comerciales, también llamados malls, han cambiado, durante los últimos años, los usos y significados de las ciudades colombianas, latinoamericanas y del mundo, sus imaginarios, sentidos y puntos de encuentro. Hoy en día, constituyen importantes espacios para el ejercicio de las nuevas ciudadanías donde, a manera de síntesis y simulacro, se ingresa todos los días –bajo la modalidad de horario restringido y con la disimulada reserva del derecho de admisión que ejerce el vigilante estratégicamente apostado en las diferentes entradas- a una versión encapsulada de la ciudad que pone en evidencia la descentralización de las grandes y medianas urbes.

En la actualidad, en Colombia, la plaza pública —integrada fundamentalmente por el parque, la iglesia, la alcaldía o gobernación, la galería o plaza de mercado, la farmacia tradicional, el restaurante principal, la notaría, el banco, la fuente de agua, el espectáculo del domingo y los otrora denominados baños públicos— con todas sus particularidades, encantos y desencantos, se desplazó hacia la plaza privada, que hoy recoge “muestras” de cada uno de esos lugares en pequeños locales que deben representarlos y concretarlos ante el usuario-cliente-espectador-ciudadano, como en las evocaciones de The Truman Show, bajo la mirada escrutadora de las cámaras de seguridad y con recorridos previamente diseñados y establecidos para no quedarse en ninguna parte y transitar constantemente: “recuerde que cerramos a las 10:00 p.m. Los de la última función de cine y los clientes del casino son los únicos autorizados para salir más tardecito, pero solamente por la Puerta No. 1. Gracias”.

Para asistir al mall hay que llevar dinero plástico o ganas, es necesario ir bien vestido para entregarse a ese discurso cotidiano del ver y ser visto, se debe estar a la moda, hay que estar dispuesto a caminar de acuerdo con los parámetros de los arquitectos de la circulación que nos indican por donde debemos entrar, por donde hay que seguir y por donde se debe finalizar el recorrido. Hay seguridad por todos lados, física y virtual, se siente y se presiente. A diferencia de la plaza pública, no hay espacio para el regateo por un descuento, no hay lustrabotas, no hay espacios para la conversación ni para quedarse. Hay que moverse, seguir, circular, pasar… ¡consumir!

Con estas premisas, los docentes investigadores Antonio José Vélez Melo, Sandra Adriana Leal Larrarte y Félix Lozano Cárdenas exponen, en un texto impreso de 120 páginas denominado El centro del consumo: hábitos de consumo de usuarios del Centro Comercial Portal del Quindío, en Armenia, un trabajo de acercamiento a la dinámica particular del principal mall que posee la capital del Quindío, ubicado en el norte de la ciudad, que transformó —querámoslo o no— los sentidos e imaginarios de propios y extraños, donde es posible asistir a una versión sintética y simulada de Armenia, aunque privada en todas sus ventanas y rendijas –quizás por un olvido arquitectónico imperdonable- de ese bello y esplendoroso paisaje cafetero que se queda grabado por siempre en la retina.

jueves

EL PERIODISMO EN TIEMPOS DE CÓLERA FRONTERIZA

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“Discernir entre espectáculo mediático y periodismo es algo que los periodistas debemos reivindicar como una garantía irrenunciable”

Cuando un espectador o televidente se sienta a leer el periódico local o nacional, escuchar la radio, ver el noticiero de televisión o consultar la información que se publica en los diferentes medios masivos que tienen soporte en la red, lo primero que espera es que haya claridad y veracidad en las noticias que le llegan y no una serie de hechos aislados y descontextualizados en donde periodismo y melodrama parecen convivir de manera soterrada, como ha ocurrido con el cubrimiento periodístico al que hemos asistido –con toda la espectacularidad tecnológica de última generación y último minuto- sobre el problema político y fronterizo entre Colombia, Ecuador y Venezuela.

Con la seducción de la chiva y la captura de los mejores momentos de tensión-insulto-humor-gesto-manotazo-burla-disculpa que han ocurrido entre Uribe, Correa y Chávez, asistimos a un espectáculo mediático en donde el reportaje, la noticia o la crónica han perdido su esencia para dar paso a un melodrama informativo en donde las labores diplomáticas han sido reemplazadas hábilmente por los micrófonos y las cámaras, los periodistas fungen como cajas de resonancia y los mandatarios involucrados gozan –cual protagonistas de telenovela- con la repetición incesante de cada nuevo capítulo en la web, en una fotografía de portada, en la televisión y hasta en youtube.

Conviene recordar a nuestros colegas, entonces, algo que resulta obvio al lector/oyente/ espectador/internauta: en los medios caben muchas cosas, pero en el periodismo no todo es válido. De la misma manera en que consideramos que un médico no es un matasanos y un abogado no es un buscapleitos, el periodista –lo afirma Raúl Conde en su revista electrónica La Huella Digital- no puede confundir su labor con la caja, con el soporte, con el envoltorio. Su función no consiste en presentar el dato curioso ambientado con un testimonio o servir de actor secundario, sino en hacer prevalecer el buen ejercicio periodístico, en discernir entre espectáculo mediático y periodismo, además de tener claro que la sobreabundancia de información genera desinformación.

En este punto resulta pertinente preguntarse: ¿los productos periodísticos que salen diariamente a la luz pública sobre el conflicto colombo-venezolano-ecuatoriano contribuyen a generar debate y opinión pública en la sociedad, o se quedan en las dulces mieles del entretenimiento? "El espectáculo hace que prolifere el entretenimiento, en el mejor de los casos; o el amarillismo, en el peor. El periodismo tiene la premisa de contar noticias y satisfacer el derecho a la información, que no es nuestro, sino de los ciudadanos", puntualiza Conde.

miércoles

PENSAR ARMENIA DESDE LA COMUNICACIÓN

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"La comunicación no es un mero instrumento neutro para dar forma a lo que ya existe, es una dimensión constitutiva de lo social".
Rossana Reguillo, investigadora mexicana.


El profesor venezolano José Enrique Finol, coordinador del Laboratorio de Investigaciones Semióticas y Antropológicas de la Universidad del Zulia, sostiene que existen dos fenómenos que han modificado sustancialmente el espacio urbano latinoamericano en nuestros tiempos: por un lado, la proliferación de los grandes centros comerciales o malls, que copian la tendencia arquitectónica y consumista desarrollada inicialmente en los Estados Unidos y posteriormente en Europa; y por el otro, la aparición constante de los casinos y bingos, lugares en donde los adultos y jóvenes consiguen algunas características que aprecian también en los malls: encuentro, diversión, seguridad y confort.

En sus diversas formas y presentaciones, estas dos estructuras comparten su postulado de negación de la ciudad, a pesar de estar inmersas en medio de ella. Son ajenas a la urbe no solamente porque crean límites formales –son sitios cerrados, sus puertas de acceso están vigiladas permanentemente y finalizan sus servicios a la misma hora de la noche–, sino porque, según Finol, al refugiarse en ellas, huyendo de la inseguridad y el ambiente inhóspito de la ciudad, producen un extrañamiento socio-espacial, una especie de alejamiento de calles, plazas y edificios urbanos, además de una marcada separación frente a los barrios, vecindarios y viviendas donde se cohabita y se comparte cotidianamente.

Armenia, como ciudad capital de departamento, no ha sido ajena a este fenómeno. Si bien ya existían los centros comerciales pequeños y las tiendas por departamentos, la capital quindiana experimentó un cambio fuerte en la delimitación de sus lugares de encuentro con la aparición del Centro Comercial Portal del Quindío y los diferentes casinos y bingos en diferentes sectores. En estos nuevos espacios –que gozan de enormes diferenciaciones con otros lugares grandes de la ciudad, tanto en lo simbólico como en lo arquitectónico y funcional– han surgido nuevas formas de relacionarse, nuevas ritualizaciones, nuevos usos y nuevos modos de consumo.

Estas relaciones, ritualizaciones, usos y modos de consumo que practican diariamente los visitantes-clientes del centro comercial y los casinos –unos pertinentes, sanos y otros no tanto– determinan las formas de apropiación que se hace de estos espacios: a ellos vamos bien vestidos, vamos a ver y a ser vistos, vamos a encontrarnos sin los "peligros" que representa la calle, vamos a gozar del entretenimiento, vamos al goce del consumo del espacio mismo como lugar semiótico.

Como en muchos otros lugares de Latinoamérica y Colombia, en Armenia la plaza pública también hizo su transición a la plaza privada. No se trata aquí de hacer una apología al centro comercial ni a los bingos y casinos. Se trata de proponer una nueva mirada de la comunicación a estos temas de la ciudad, una visión que no puede, en términos de formación y prospectiva, reducirse a lo puramente periodístico.

A propósito del tema, un grupo de docentes del Programa de Comunicación social – Periodismo de la Universidad del Quindío, coordinado por el profesor Antonio José Vélez Melo, publicó en 2010 este libro –fruto de un proceso de investigación sobre comunicación y ciudad–, que recoge los hábitos de consumo de los usuarios del Centro Comercial Portal del Quindío, en Armenia. Un texto de recomendada lectura.

sábado

¿ES POSIBLE CONSTRUIR CIUDADANÍA DESDE LOS MEDIOS MASIVOS?

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La pregunta que orienta este breve texto parece tener una respuesta obvia y facilista: los medios no construyen nada bueno porque están al servicio de los grupos económicos, la televisión embrutece, la radio obnubila, la prensa manipula y en Internet el 90 por ciento del contenido es basura. Frente a esta extendida posición, es necesario advertir que –gústenos o no– los medios, particularmente la televisión, son generadores de opinión pública e importantes escenarios para la construcción de ciudadanía. Suena a herejía, pero es cierto.

Para argumentar este espinoso asunto es necesario tener dos claridades: una primera, que el ejercicio de la ciudadanía, como lo menciona la investigadora María Cristina Mata (2003), actualmente desborda la esfera de los derechos civiles y políticos ligados al sistema de gobierno, la estructura social y el modelo económico de una país, para adentrarse en el fenómeno de la diversidad, la diferencia y la globalización; y una segunda, que los medios constituyen importantes espacios para establecer puntos de referencia comunes para toda una sociedad y tienen enormes fortalezas para proponer, estabilizar representaciones sociales, además de formar imaginarios colectivos.

En virtud de lo anterior, desde la lógica de la globalización y las nuevas tecnologías, la noción de ciudadanía se asume ahora como la materia prima que se requiere para adaptar un modo de ser a un mundo más amplio, para re-pensar las interacciones simbólicas de los individuos en un espacio que se ha hecho cada vez más común y que denominamos sociedad del conocimiento, para vincularse con las problemáticas derivadas de las identidades y el multiculturalismo donde son comunes las demandas y reivindicaciones que trascienden las fronteras. Ser colombiano ya no es un asunto de cédula o territorio. Va mucho más allá.

En este ámbito, los medios masivos se convierten –sin querer queriendo, como dice un personaje televisivo- en potenciales lugares de encuentro, escenarios de reconocimiento que posibilitan la construcción colectiva de la opinión y promueven una inclusión que poco se da en nuestros países. Suena extraño, pero es necesario reconocer que los medios comunican desde y en la lógica del entretenimiento y, precisamente por esta característica, han sido satanizados por muchos intelectuales para quienes el aprendizaje está muy ligado con el sufrimiento –parir el conocimiento- y no con el goce y la diversión.

Los medios surgieron con la industria del entretenimiento, desde allí construyeron sus estéticas, técnicas y narrativas propias. No son la panacea, pero tienen interesantes desafíos educativos que debemos aprovechar en todo su potencial para no quedarnos en el tradicional lugar común que pregona que aprender es algo aburrido.